viernes, 13 de febrero de 2009

Esa invisible línea


“La locura, a veces, no es otra cosa que la razón presentada bajo diferente forma.”
Johann Wolfgang Goethe


La locura, desde tiempos remotos, se ha utilizado como un término muy amplio. Es en Grecia y Roma donde surge por primera vez este concepto. En los primeras etapas de la cultura griega la explicación diabólica domina el campo de las concepciones sobre la locura (la locura era el resultado de la posesión de espíritus malignos enviados por dioses en estado de cólera). Ya en la Edad Media, también llamada la Edad de la Locura, se comienza a utilizar la expresión con distintos fines. En ese momento, lo habitual era señalar de “loco” a aquel que no se sabía cómo tratar socialmente como por ejemplo las brujas (no existen pero que las hay, las hay), o los denominados herejes. El estado feudal junto a la Iglesia y su posterior Inquisición, desvalorizaban a sus principales detractores acusándolos de enfermos, de locos en otras palabras. Aquí recae un punto importante en nuestro texto. ¿Es realmente una enfermedad la locura? ¿Se nace con esta enfermedad? Si no es así, ¿cómo y cuándo se da el pasaje de la cordura a la locura?
Primeramente tendremos que definir “locura”, dentro de su sentido amplio, lo más acotado posible. No hablamos en cuanto a asesinos, violadores o delincuentes. Buscamos la definición de la locura dentro de un concepto social. Aquella persona tratada por su incoherencia a la hora de hablar, por su rareza a la hora de actuar. Aquella persona que procede de una forma no habitual frente a acciones simples y cotidianas. Dentro de esta significación, creemos acertada la definición del doctor Ronald D. Laing, padre de la antisiquiatría (teoría que más adelante retomaremos): "La locura es no compartir la noción de realidad de la mayoría”. Pero, ¿cuándo es que una persona deja de compartir esa noción de realidad? Mejor aún, ¿alguna vez, tuvo esa noción de realidad? ¿Es posible volver a dicha realidad? ¿Hace falta un tratamiento para ayudar al individuo a volver a lo existencial? Muchas preguntas que nos intentaremos responder.
Habitualmente, recayendo en la psicología, los problemas mentales son traumas derivados de momentos ocurridas en un pasado lejano o cercano. “El sufrimiento que se va gestando a lo largo de la historia individual de cada persona, toma forma, se fortalece y tiene repuestas muchos más potentes cuando coincide dicho sufrimiento con el pesar que vivimos en el momento actual. Es decir, se combina lo histórico y lo actual en cada uno de nosotros; cuando esto último, lo actual, pasa a ser estresante, torturante o desesperante nuestro organismo responde como puede, en función de lo que su estructura le posibilita” (Xavier Serrano). Por lo tanto, un pasado traumático puede desencadenar en actitudes poco convencionales, apartadas de lo socialmente preestablecido. De esta manera se proyecta un diagnóstico del paciente con su posterior tratamiento. La finalidad es hacer lo necesario para que dicha persona pueda volver a lo real y a lo cotidiano. Pasamos al plano de lo clínico en este instante.


“El de la locura y el de la cordura son dos países limítrofes, de fronteras tan imperceptibles, que nunca puedes saber con seguridad si te encuentras en el territorio de la una o en el territorio de la otra.”
Arturo Graf

Los psiquiatras son los “dueños de la verdad” en estos casos. Seres cultos, aplicados y con años dentro de la actividad. Personas que han estudiado comportamientos humanos, comparando y obteniendo conclusiones. Se dice que hasta curando, trayendo de vuelta al “loco” de su viaje. Sin embargo yo me pregunto ¿curando de qué? Todo lo que hace el hombre está en el orden de lo imperfecto, de lo relativo, de lo cuestionable. En todo producto humano hay miserias y grandezas que coexisten. Por eso debemos examinar todo, retener lo bueno y desechar lo malo. Si en una persona notamos sólo lo malo, ¿podemos decretar que tiene un problema y por lo tanto atribuirle una enfermedad? Lo extraño en todo esto es que aún hasta el día de hoy, no se pudieron comprobar límites precisos dentro de los distintos estados emocionales. Un mismo paciente puede llegar a recibir dos o hasta tres diagnósticos diferentes si visita varios especialistas. Por eso mismo es que la confiabilidad y validez de las evaluaciones no son del todo completas ni concluyentes. Con su diagnóstico en mano, el psiquiatra etiqueta al paciente de cierta forma. De lo que no se es consciente es que el graduado de esta manera condiciona actitudes personales y subjetivas del individuo violando plenamente su derecho a la libertad de actuar. La persona carga con un estigma al momento de ser diagnosticado, no sólo personal sino también social. Siempre recordando que quien juzga y diagnostica estas supuestas enfermedades y pone las etiquetas, son la mayor parte capacitados desde un punto de vista profesional, pero a su vez incompetentes porque no saben de lo que están hablando. Porque nadie sabe realmente lo que es la locura o la problemática psíquica puesto que no se puede medir ni cuantificar, por mucho que se intente.
Uno de los casos más representativos de esta violación de la libertad es la hospitalización involuntaria. La teoría en psiquiatría es que dentro de pabellones (cualquier parecido a una prisión es mera coincidencia) o establecimientos médicos, los pacientes obtendrán un seguimiento más personalizado y así lograrán una pronta sanación, utilizando por ejemplo la coerción que legalmente fue aprobada como medio para dicha curación. John Stuart Mill habla en sus primeras obras sobre los conceptos de la libertad. Menciona que la sociedad bajo ningún aspecto debe utilizar la coerción sobre un individuo si éste no daña a otros. Bases que en una institución psiquiátricas quedan absolutamente corrompidas. Con esto intentamos demostrar que ya no se habla de una cuestión médica-psiquiátrica sino que ya nos trasladamos a un plano de una problemática social lindando los derechos humanos. “En contraste con la visión de Hollywood sobre los esquizofrénicos, la gente perturbada generalmente no es más propensa a la violencia que los individuos cuerdos” (Monahan, 1992).
La película protagonizada por Jack Nicholson, “One Flew Over the Cuckoo's Nest” filmada en 1975, nos muestra un caso de internación involuntaria llevado a la pantalla grande. El protagonista por abandonar los conceptos habituales sobre la autoridad, es etiquetado como “loco”. Ya en el hospital luego de provocar ciertos desordenes entre los internos (que a su vez les abre la cabeza para enterarse que afuera del hospital hay un mundo, el cual ellos pueden habitar) es llevado a un cuarto especial donde se le aplica una de las técnicas que a lo largo de la últimas décadas provocó reacciones dispares entre los médicos: el electroshock. Luego de una segunda visita a este cuarto especial, el protagonista termina completamente “ido” de la realidad negándole, de esta manera, la posibilidad de una elección consciente de cómo actuar. En este caso, el viaje de la cordura a la locura en el cual nos basamos no fue una decisión propia del protagonista sino que fue instaurada por los médicos, los cuales irónicamente estaban destinados a curarlo.

“No hay mortal que sea cuerdo a toda hora.”
Plinio el Viejo

A lo largo de la historia, al momento de crearse una corriente se establece su antagónica, su contracultura. El caso de la psiquiatría no fue la excepción. De esta forma surge la rama de la antipsiquiatría antes mencionada, que se opone al método que utiliza la psiquiatría al tratar a los pacientes. La discordancia no se encuentra en que los individuos tengan problemas psicológicos o emocionales, sino que sean calificados como enfermos. De este modo retomamos los problemas con el etiquetamiento psiquiátrico y su marginalización. "Etiquetar a un niño de enfermo mental es estigmatización, no un diagnóstico. Darle a un niño una droga psiquiátrica es envenenamiento, no un tratamiento" (Thomas Szasz).
Según esta teoría lo fundamental es que estas personas se encuentren en un medio social en el cual se puedan ocupar de ellos y donde puedan establecer una relación humana con los demás. Un caso particular fue el otorgado por el doctor Ronald D. Laing sobre un funcionario que se creía Judas Iscariote. Por este motivo se le despidió de su trabajo y su familia decidió internarlo en un hospital, donde comenzaron a aplicarle electroshock a pesar de que él, no trasgredía ninguna ley.

“La verdadera locura quizá no sea otra cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca.”
Heinrich Heine

¿Qué ocurre cuando una persona se plantea la posibilidad de desviarse de los parámetros de los referentes cotidianos? Por lo tanto la pregunta sería: ¿Por qué tenemos tanto miedo de perder los referentes? ¿Tan importantes los creemos? Cuando no existen dichos referentes ¿qué sucede? ¿Desaparecemos? Tal vez lo que sucede es que recaemos en otro plano de existencia y nos encontramos con lo que está más allá de esa estructura, entrando en contacto con lo esencial. Lo esencial se encuentra mezclado y entorpecido por la mezquindad de lo cotidiano, por preocupaciones triviales. Estos asuntos son los que van acaparando día tras día nuestra existencia y llega un momento en el que dan ganas de viajar y cruzar esta frontera, de volverse “loco” y dar el salto para pasar al otro plano. Todo ser humano en algún momento de su vida siente esa sensación de vértigo de perder la cordura, de no poder controlar su vida y advertir que se le está yendo todo de las manos por diferentes motivos. Pero dar ese salto en este sistema social es muy delicado y en ocasiones dar pequeños saltos ya es sinónimo de grandes suicidios sociales porque nos hacen enfrentar a la soledad de lo cotidiano, a la imposibilidad de iniciar relaciones afectivas de calidad que nos satisfagan; entramos por tanto en una superficialidad en la que todos somos culpables y conectamos plenamente con la denominada miseria social.
Este planteamiento genera más dudas que certezas por lo que decidimos seguir adaptados, incluso cuando todo indica que lo que estamos viviendo es mentira, una simple ilusión. Pero entrar en ese plano nos causa pánico y preferimos quedarnos en lo concreto y palpable. Aquí encontramos lo que mencionaba Nietszche al referirse a la tragedia de lo humano, el cual también se refirió al superhombre como aquel que daba el salto y rompía con los parámetros habituales, y en definitiva entraba en la locura. Pues ésta es radical, es perturbadora, y transforma lo cuantitativo en cualitativo. Por ello cuando por diversos motivos un individuo entra en crisis, el objetivo principal es ayudarle a conectar con esa parte cualitativa a la que se acerca pero le genera temor porque no la comprende.

“Los locos abren los caminos que más tarde recorren los sabios.”
Carlo Dossi


La locura, al fin y al cabo, es una situación de desorientación, de perplejidad. Es la adopción de una posición alternativa que nadie, excepto esa persona, está de acuerdo con ella. Pero no por ello se le puede aplicar la carátula de “enfermedad”. El viaje que algunos individuos emprenden desde la cordura naciente a la locura como destino, puede no ser siempre negativo. El objetivo sería poder integrar los diferentes aspectos de conciencia en nuestra dinámica habitual y frecuente para que la locura deje de ser sufrimiento y contribuya a desarrollar nuestra sabiduría y a dar forma a una sociedad donde prevalezca un estado de conciencia más amplio, menos tipificado, y donde la imaginación, la espontaneidad, la vinculación con la naturaleza sean sus signos principales, signos que se relacionan antiguamente con la simbólica figura del “loco”. Por eso mismo cuando usted camine cerca del hospital Moyano o del Borda y se cruce con algún denominado “loco”, mírelo bien, obsérvelo, es posible que esta persona perciba el mundo de una manera más clara que usted mismo…

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