lunes, 8 de septiembre de 2008

Estación Central



Estación central de Brasil. Estación central. Estación central de Argentina. En un abrir y cerrar de ojos nos encontramos con el clima tropical de Río de Janeiro y las lágrimas del pequeño Josué ante la pérdida de su madre, por el otro lado con el frío invernal y oscuro de nuestra Constitución, sus trenes y arrebatos por doquier. Muerte y gatillo fácil por un lado, pobreza e inseguridad por el otro. Prefiero quedarme con la imagen de un empleado de un puesto de comida de nuestra estación. Viajes, recorridos por los lugares más reconditos por el simple y complejo hecho de llevar la comida a su hogar. Injusticias, varias. Desigualdades también. El egoísmo somete en ambas escenas, la codicia refleja la sociedad. Pero de vez en cuando, muy de vez en cuando, el sentimiento vence a esa malvada codicia. Un niño vendido es rescatado, un carterista es interceptado por un joven que espera el colectivo.

Todo viaje tiene un comienzo y un fin. Todo viaje tiene un propósito. No siempre se logra, sin embargo se intenta llegar lo más lejos posible para satisfacer esa sed de realidad, de verdad, esa que se anhela en un principio. Josué no conoce a su padre, sin embargo llega a sus hermanos. El comerciante no logra amasar una fortuna, no obstante posee lo justo y necesario para vivir y darse algún que otro gusto. Un distinto desenlace, un mismo final...